LOS ESTIGMAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
A mediados de setiembre de 1124, Francisco de Asís se retira para meditar y ayunar en el monte Alverno, cerca de Arezzo, en Toscana. A su vuelta, lleva en su cuerpo heridas parecidas a las de Cristo en la cruz: herida de lanza en el costado, marcas de clavos en los pies y en las manos, lo que llamamos estigmas.
Francisco esconde sus heridas, vuelve a ponerse los zapatos, que se había se sacado desde que había comenzado a predicar. En vano: el fundador de la orden de los Franciscanos, ya ilustre, no puede esconder durante mucho tiempo lo que sucedió.
Jamás se había visto algo semejante. Hasta el siglo XVIII, se llamaban estigmas las incisiones practicadas por la fieles paganos en honor a sus dioses o las marcas en formas de cruz que los primeros cristianos se hacían en los brazos para testimoniar su fe. Todavía se habla de los estigmas de una enfermedad o de un vicio. Sin embargo, las heridas infligidas al cuerpo de San Francisco son, sin lugar a duda, de origen sobrenatural.
La aparición del serafín
A pesar de todas las divergencias en los detalles, todos los relatos de sus compañeros o de los primeros biógrafos concuerdan: Francisco vio llegar, quizás mientras estaba en estado de éxtasis, a un serafín ‑ángel con las alas luminosas y en llamas‑ que parecía crucificado. Según San Buenaventura, el ángel «tenía los pies y las manos extendidos y atados a una cruz, y sus alas estaban dispuestas de tal forma que dos se extendían para volar y las otras dos le cubrían todo el cuerpo». El santo, impresionado, medita una vez más acerca de la crucifixión y ve aparecer sus estigmas. Por lo tanto éstos no le fueron infligidos por el ángel, sino por su amor por Cristo martirizado. Sólo el hermano León, compañero del santo, mucho después de un primer relato muy sobrio y sin detalles, le dice a un franciscano inglés, Pierre de Tewkcsbury, que el serafín la Pasión de Cristo. Paradójicamente, la intervención física del ángel es una racionalización, según señala Francisco de Sales a comienzos del siglo XVIII.
Los estigmas pueden ser:
Visibles o invisibles; sangrientos o no; permanentes, periódicos (generalmente resurgiendo en días o temporadas asociadas con la pasión de Cristo) o transitorios. Los estigmas invisibles pueden causar tanto dolor como los visibles. Los estigmas pueden permanecer muchos años, como el caso del Padre Pío, quien los llevó por 50 años y fue el primer sacerdote que se conoce estigmatizado. (San Francisco tenía las estigmas pero no era sacerdote). Al morir sus estigmas desaparecieron milagrosamente. Otros estigmatizados: Santa Rita de Cascia, Sta. Teresa Neuwman, Sta. Gema Galgani, Sta. Faustina (estigmas invisibles) y muchos otros (más de 60 de ellos han sido canonizados).
Los estigmas pueden ser don de Dios (como en los santos) o falsificación, en algunos casos de carácter diabólico. Es por eso que la iglesia ha establecido criterios para determinar la autenticidad de los estigmas. Algunos criterios: Las llagas están localizadas en los lugares de las cinco llagas de Cristo.
Esto no ocurre por histeria ni hipnotismo; los estigmas no se infectan; aparecen espontáneamente en el cuerpo mientras la persona está en éxtasis; no ceden ante el tratamiento médico; sangran copiosamente y por largos períodos; Están acompañados de fuertes dolores tanto físicos como morales (La falta de dolor es una mala señal que pone en duda la autenticidad de los estigmas porque, de ser auténticos, son participación en los sufrimientos de Cristo). Los estigmas auténticos no se pueden explicar por causantes naturales. Además, la persona practica la virtud heroicamente, particularmente un gran amor a la humildad y a la cruz. La Iglesia no canoniza a nadie tan solo por ser estigmatizado. Algunos parasicólogos niegan toda obra sobrenatural y la pretenden vanamente de explicar los estigmas produciendo imitaciones. La Iglesia, al canonizar santos que han llevado estigmas, reconoce en ellos la autenticidad de una experiencia sobrenatural.
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